Tras 30 años de investigación científica sobre inteligencia emocional, contamos con evidencias suficientesde que ésta constituye un valioso factor personal favorecedor de eficiencia social, desempeño y bienestar en múltiples áreas vitales y a lo largo de toda la vida. Estos hallazgos justifican la necesidad de promover una educación emocional de calidad que aspire a mejorar el nivel de inteligencia emocional de la ciudadanía, desde la infancia hasta la tercera edad, dentro y fuera de los centros educativos, dentro y fuera de las organizaciones laborales. Esta calidad de la educación emocional se consigue con la investigación científica que permita, por una parte, comprobar la eficacia de las intervenciones, y, por otra parte, desvelar qué características o ingredientes activos dentro de tales intervenciones son la clave para mejorar la inteligencia emocional. Identificar estos ingredientes activos es ahora donde está la frontera del conocimiento que abrirá una nueva etapa de programas de educación emocional fundamentados científicamente. En esta ponencia se presentarán algunos de estos ingredientes activos.